viernes, 19 de diciembre de 2008

Poder Decir Adios es Crecer.

Escribo pues una extraña motivación me pide hacerlo, me exige hacerlo. Reconozco que me cuesta trabajo poner adjetivo a lo que me está pasando por la mente en estos momentos… pensándolo bien no sé si exista un calificativo adecuado que alcance a definir mi sentir.

Sentada con mi laptop (como es ya una costumbre y ritual nocturno), escuchando a Cerati y comiendo galletas de chocolate, recordé aquellos viajes en subte, las epístolas adolescentes que solíamos darnos con cualquier pretexto, las noches enteras (donde incluso llegaban al amanecer) que pasábamos hablando vía telefónica sobre todo lo que habíamos hecho durante el día… pero también recordé el día que lo dejé ir definitivamente.

Fue un 22 de Noviembre (¿Checaste mi habilidad con las fechas?) el día que se apagó en mí la luz de la esperanza, pues debo admitir que siempre me quedó algo de fe; de una u otra forma tenía la ingenua ilusión de que en alguna ocasión él y yo volveríamos a estar juntos… la tuve hasta ese día. El día que se suponía debía estar emocionada y feliz debido al concierto de uno de mis más grandes ídolos, se tornó en la fecha en que mi mundo se desmoronó por completo.

En aquellos días yo solía tener 2 gatos; obviamente a Cirilo y a un Siamés con los ojos azules más hermosos que jamás vi en un gato. Justo ese día regalé (por cuestiones de fuerza mayor y ajenas en su totalidad a mi) al felino ojiazul. Me sentí triste, Cirilo y yo estábamos de nuevo solos….mi único consuelo era ir al recital que esperé durante años y al cual habíamos planeado (en nuestras épocas felices) ir juntos. Claro que eso jamás pasó. Sabía de buena fuente (y era más que evidente) que iría él también a ese concierto. Pasé por mi amiga a su departamento y en el subte me sentía nerviosa, tenía miedo de verlo y no saber qué hacer; pero como siempre he sido demasiado racional pensé que realmente la posibilidad de verlo era prácticamente igual a cero. Arribamos al lugar mi amiga y yo, compramos nuestros respectivos recuerdos; yo adquirí todo lo que se me ponía enfrente: posters, remeras, tazas etc. Ya con los recuerdos en la mano y la euforia a full nos formamos para entrar. Después de 5 personas antes que nosotras y una minuciosa inspección por parte del patético personal de seguridad ya estábamos adentro! Pero la alegría y tranquilidad me duró poco pues la primera imagen que tuve al momento de cruzar la puerta principal de aquel lugar fue la de él…con una acompañante. Fingimos no vernos y en silencio sentí morir en ese mismo instante… pero morir LITERALMENTE, juro que jamás me sentí tan miserable como me sentí en aquella ocasión. Mi atuendo de ese día era sencillo; iba con blusa, campera y boina rosa (para no variar) y él estaba de camisa azul a cuadros y pantalón obscuro. Sólo intercambiamos miradas a lo lejos; pero bastaron esas miradas recíprocas para poder sentirlo cerca, para poder creer (aunque fuera sólo en mi imaginación y en mis múltiples delirios) que aún sentía algo al verme.

Acepto que sentí odio y rencor… la joven con la cual él iba era realmente hermosa. Yo con mis característicos problemas de autoestima y autoaceptación me sentí una basura junto a aquella chica. Bah! no se qué tan hermosa era ella o no, seguramente todo juicio que emití en el momento fue totalmente visceral y por ende poco objetivo. De momento la primera pregunta que cruzó mi mente fue ¿dónde quedó esa promesa de ir juntos a aquel recital? ¡Me lo había prometido! Tenía muchas ganas de llorar, como jamás las tuve, tuve ganas de gritarle a él y a ella y reclamarles por lo que me estaban haciendo (¿qué me estaban haciendo si ya no éramos novios? Uno de mis tantos reclamos infantiles de entonces), tenía ganas de salir corriendo; tenía que sacar todo lo que se me estaba acumulando adentro antes de volver a hacer una locura de tanta desesperación que sentía; sin embargo guarde silencio. Vi a lo lejos como la presentó con aquella amiga que yo solía conocer; más insignificante me sentí, el dolor se incrementó de golpe. Sentí que ese era mi lugar y que estaba siendo ocupado por ella, una usurpadora. ¿De verdad yo no era digna de ir con él? Sentí su mirada un par de veces, aquella mirada que tiempo atrás solía recorrerme, reconfortarme, hacerme vibrar, darme ánimo, paz y alegría. No dije ni una palabra de todo mi dolor a nadie; ni a mi amiga, ni a él ni a su acompañante. Una vez más me callé todo ese enorme sufrimiento que me comía el alma de a poco. Comenzado el concierto traté de disfrutarlo lo más que pude pues no era algo que se daba todos los días, pero de golpe y sin que yo lo quisiera venía a mi mente la tan dolorosa efigie de él con ella…juntos. Los flashazos de aquellas imágenes acontecidas minutos antes llegaban a mí sin previo aviso, me bombardeaban e instantáneamente me mataban. Jamás podré asimilar que ella fuera su acompañante y yo no, jamás podré aceptar el hecho de que no se haya cumplido aquella promesa. “Es linda, debe ser mejor que yo” -- pensé en silencio; aquel silencio interno que parecía abismal en medio del bullicio. Para poder desahogarme un poco mande un mensaje de texto a mi mejor amiga resumiéndole lo que estaba pasando y acordamos de hablar en cuanto yo llegara a mi casa.

Pude soportar todo: las peleas, las pláticas hirientes, los gritos…pero no verlo con alguien más. Era el hecho de ver con mis propios ojos y comprobar que finalmente había sido desplazada sin remedio alguno. Terminado el concierto, abordé con mi amiga el subte para dejarla de nuevo en su casa; una vez en la estación de su casa le di las gracias por acceder ir conmigo y prometimos llamarnos después. Ella se bajó del vagón e inmediatamente comencé a llorar; no me importó estar dentro del metro y con la gente viéndome con asombro, lloré como jamás creí que lo haría en un lugar público…caí en una depresión durísima; lloré 2 semanas seguidas, asistí al cole con los ojos completamente hinchados durante días seguidos y sin concentración alguna…jamás me sentí tan mal.

Dicen que la ignorancia es el paraíso y lo creo firmemente pues hubiera deseado mil veces JAMAS haber visto lo que vi, hubiera preferido seguir en mi ignorancia y ser “feliz” a comprobar con mis propios ojos mi irrefutable desplazamiento. Llegué a mi casa y le marqué a mi amiga, le conté todo entre lágrimas; me consoló, me dio su apoyo y su comprensión (como siempre lo ha hecho) y después de hora y media al teléfono me fui a la cama sólo para continuar llorando, recordando, preguntándome, reprochándome….


A partir de ahí, después de todo lo que lloré y sufrí, después de aquellas semanas en las que juraba no sobreviviría, una extraña luz llegó a mí y me dio la paz que tanto necesitaba en aquel entonces; comprendí que estaba siendo demasiado egoísta y que no tenía derecho alguno de desearle una “soledad” solo para yo ser feliz y estar tranquila; también comprendí que el amor es desear por sobre todas las cosas el bienestar de la otra persona, comprendí que si realmente lo amaba (tanto como decía) tenía que “aceptar” su relación y dejarlo ser feliz con quien él quisiera. Comprendí también que el amor es más que un estado de intercambiarse llamadas cada 5 minutos o celebrar un aniversario; amar (para mí) es un estado donde uno quiere desde el fondo del alma ver feliz al otro; amar es desear que todos sus sueños se cumplan aunque éstos no coincidan con los que nosotros teníamos pensados o aunque no coincidan con los nuestros; amar no es ni implica estar físicamente con esa persona, es llevarla día a día tatuada en el corazón, y finalmente amar es aceptar dignamente su partida de nuestro lado. Amar es dejar a un lado el egoismo y dar paso a la libertad de la otra persona, pues no somos nadie para decirle qué hacer o que no hacer. Desde aquel punto lo vi diferente, lo dejé ir de mis brazos pero (obviamente) no de mi corazón, desde ese día aquel sentimiento que en ocasiones parecía obsesión sufrió una metamorfosis radical convirtiéndose en un recuerdo “maduro”. Ahora, con el paso del tiempo comprendo que jamás quiso hacerme algún daño, jamás tuvo la intención de herirme; en todo caso la bronca y el quilombo era totalmente mío pues él sólo estaba haciendo su vida… pero tampoco negaré que me dolió infinitame.


Todo en mí dio un giro de 360º, pues el desprendimiento que hice a partir de ese día me llevó a dejarlo ir pero sobretodo ayudó para que yo pudiera continuar mi camino; no estoy diciendo que lo olvidé por que también sería una mentira, sólo fue poder seguir el resto de mi camino por mi propia cuenta ya sin aquel fantasma del pasado que me tenía anclada a un abismo profundo el cual me impedía avanzar.

Los golpes ayudan a madurar y a crecer como persona, ¡vaya que me ayudó en ese sentido! Dicen que dependiendo de la obscuridad en la que te encuentres es la misma intensidad de luz que se tendrá al final de cuentas…y así fue para mí.

Y sin yo misma quererlo, mi humilde blog se ha convertido en un espacio para hablar de él, sin yo misma desearlo o haberlo premeditado, este espacio es (en una parte) el lugar donde puedo plasmar todo aquello por lo cual pasé antes de estar con él, durante el tiempo a su lado e incluso ahora donde no estamos juntos. ¿Por qué escribir todo esto? Ni yo misma lo sé, siento esa necesidad y lo hago, en múltiples ocasiones siento esa necesidad de contar muchas cosas que nunca antes fueron contadas… y por increíble que parezca, ¡me libera y ayuda!